viernes, 19 de febrero de 2010

LABERINTO DE FORTUNAS

Metroqué?...
Zapeando una tarde me encuentro, de buenas a primeras, frente a un efusivo programa de televisión. De esos que están en la ola. De esos que no dejan de retransmitirnos imágenes de cierta yet-set social. En sus más paganos momentos, cuando van a llevar a sus retoños al cole y aparecen en la escena pública recién caídos del nido. Ya saben ustedes a lo que me refiero: ojeras, cara de sueño, desorientación, mal humor, apatía, etc... La tertulia -en el programa- distendía entre tediosos encontronazos dialécticos de mediocre verborrea a cerca de un tema. Mejor dicho, acerca del tema. La espectral igualdad entre sexos que los nuevos tiempos pretenden vendernos como si de una moto se tratara. Unos gritaban a los otros - facción feminista- ¡Si podemos tener hijos y llevar una casa, podemos ser iguales a los hombres salvo en la fuerza física que sustituiremos por maña! Otros ahora no dejaban terminar -facción machista- ¡Nunca seremos iguales!¡Para eso tenéis que subir la bombana de butano, llena, solitas!
En fin, a punto de seguir con mi zapping, e in extremis me sobrecogió una palabra que sonó de fondo. No sé qué contertulio la esbozó pero realmente me dejó sobrecogido en mi sillón. Me sentí como ajeno y extraño en el mundo en el que vivo. Metrosexual. ¿Metroqué? Sí, han leído bien, metrosexual. Sin dar crédito y, como les escribo, al tiempo que asimilaba la palabrita intentaba deducir su significado a través de la conversación y parecía ser que un metro, de estos, es un hombre "sexualmente escribiendo" excesivamente refinado (cómo un noble romano vamos...). Casi como una mujer. Casi como un homosexual auténtico salvo, y aquí es dónde radica la diferencia con los últimos, en que tiene una tendencia sexual netamente heterosexual. Es decir, como si se lo estuviera contando a mis vecinas, que un metro se depila. Pues eso, lo que le apetece. Utiliza perfumes, cremas, potes, sales, hace mucho deporte, cuida su peso, mima su estética. Se viste de una forma especial. Conjuntadito. Con las últimas tendencias tanto en calzado, como en colores, como en formas, complementos, etcétera... Les gusta ser unos padres modelos, comprensivos, con mucho tiempo para su familia y además comprenden a las féminas -de las cuales me siento un ferviente seguidor, dicho sea de paso- en sus más sentidos y delicados sentimientos. Y por ello, por todo ello, a algún colectivo de chicas se les ha ocurrido afirmar que son el prototipo de hombre ideal. De la muerte. Cuando comprendí el término metrosexual un ligero escalofrío me bajó por la rabadilla. ¡Ostias! De repente se me pasó por la cabeza la figura de mi padre, de mi abuelo y de muchos otros machotes ibéricos cuasidomados que forman parte de este mundo imperfecto. Imperfecto y desordenado pero humano al fin y al cabo. Hombres rudos, sudoríferos, de mente ligera, de formas duras, de nobles almas, pero muy lejos de este complejo y preparado competidor al que llaman metronosequé...
¿ Es que un machote ibérico no es hombre digno porque no se mueve de su sofá (ora dormido, ora medio viendo algo en TV) porque siempre parece absorto de los que haceres diarios para con los hijos? ¡Claro! Un metro se implica e incluso lleva la iniciativa. No deja la ducha llena de pelillos ni las mamparas salpicadas de agua con pequeños suspiros de jabón. La toalla la sacude después de usarla. La airea, a posteriori, la tiende a secar. ¿ Es que a un ibérico no se le ocurriría algo tan fácil? Pues sí, si supiera dónde leñes hacer todo ese ritual. A un macho ibérico no le saques del terreno que conoce dentro de su propio hogar. ¡No, no, no! Es decir el baño, y la parte del salòn donde la perspectiva es mejor para disfrutar de un partidito de la Champions league. Es que un metro nunca tiene halitosis y, además, nunca pincha al besar. Siempre va inmaculado, perfumadito de agua de rosas y preparado en cualquier momento para cumplir con su señora. El macho ibérico no tiene tiempo para lavarse los dientes. Le duelen las encías incluso cuando alguna rara vez lo ha probado y, para hacer el amor, el ibérico debe emplearse a fondo con la higiene. ¡La faltilla de costumbre!
Señora, aún viendo que tener un metro en su vida sólo tiene que ventajas yo optaré, de momento, por seguir apoyando a esos ibéricos cuasidomados con los que no es que me sienta identificado pero sí más cercano. No olvidemos que aunque estos tiempos vienen muy "modernos" presionando, hay cosas que nunca cambiarán. Como los machos ibéricos. Estoy seguro, que un gran metro, en lo más profundo de su corazón, en algunos determinados momentos desearía ser, porque se siente, un buen macho ibérico...¿Es una nueva especie en extinción?... El tiempo nos dará la razón.

1 comentario:

  1. Artículo publicado en la revista OPINA, núm. 5 en Octubre de 2004 por Juan Yuste Pérez.

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